jueves, marzo 15, 2007

LA ÚLTIMA UTOPÍA

Artículo publicado por José Luís del Barco  en su columna DESDE MALAGA,  SIGLO XXI,11 de Marzo 2007




Existen dos sentidos de utopía. Hay quien la tiene por un ideal inalcanzable. En ello no ve ningún contratiempo. Aunque es una meta a la que no se llega, indica a la acción la dirección buena. Un faro lejano marca el rumbo hacia el puerto, al que nunca se arriba, donde se ven cumplidas todas las aspiraciones.

Por él hay que orientarse aunque nos quedemos a medio camino. La utopía, sin sitio en el mundo —eso significa el término—, señala el destino. Establece la buena dirección hacia donde no se llega. Con eso basta. Las utopías del Renacimiento -Tomás Moro o Campanella- son todas de este tipo.

Cierta izquierda cree, en cambio, que es un ideal realizable. Sobre todo la de estricta observancia marxista. Marx puso todo su empeño en explicar el método hacia el comunismo. El estadio comunista no es para él una ficción sino el futuro inevitable de la humanidad. El día llegará, cree el autor de Das Kapital, en que se haya construido el paraíso en la tierra. En él no habrá Estado ni clases y el hombre se reconciliará con la naturaleza.
Esta utopía es más utópica (si vale el pleonasmo) que la anterior. Por eso se ha burlado de ella la literatura. Orwell y Huxley crean ficciones horrendas -Animal farm y Brave new world- para hacernos entender, con la fuerza del arte, su carácter inhumano. La causa de ello es creer este imposible: existe un estadio de consumación histórica.

En el tiempo, no en la eternidad, el hombre gozará de una vida en plenitud. La fuerza transformadora de la revolución le hará un lugar en la historia. La sociedad perfecta dejará de ser utópica y ucrónica. Tendrá su sitio y su tiempo.
Pocos creen hoy en día cosas así. No sólo porque, como dice Habermas, se hayan agotado las energías utópicas, sino porque no se avienen con la lógica humana. La estrepitosa caída del muro de Berlín lo puso de manifiesto al dejar ver la barbarie del edén socialista.
Cuando la muerte de la utopía parecía definitiva, ha surgido una nueva como el ave fénix de sus cenizas. Es la utopía médica. Como sus parientes muertos, anuncia una sociedad sin las taras de la vieja. La habitarán purasangres humanos. Estarán libres de enfermedades y no conocerán el sufrimiento.

Se harán a la carta, con los rasgos idóneos, que nos proporcionará el supermercado genético, para cumplir la misión que se les haya asignado. Habrá múltiples réplicas de los mejores dotados para la ciencia y el arte. Mediante clonación, fotocopias de los muertos andarán por las calles y les harán creer que han alcanzado la eternidad en el tiempo. Sólo habrá un principio ético: lo que se puede hacer se debe hacer. Con él se construirá la perfecta sociedad tecnocrática.
Al nuevo mundo feliz, como a sus antecesores, le aguarda el fracaso. Para desdicha del mundo y para desgracia nuestra, nunca otro Schubert hará más felices nuestras horas. El ser de cada quien no está en manos del hombre. Pero finjamos un día en que esta sociedad fuera real. La más inhumana dictadura, vaticina Hans Georg Gadamer, esclavizaría a los hombres. Habría llegado, dice con horror Curzio Malaparte, la hora veinticinco.

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