viernes, julio 13, 2007

UN POCO DE SOCIOLOGÍA DE LA RELIGIÓN

¡Qué putas me importa a mí si el papa  o un pastor han de decidir la forma en que me relaciono con el Misterio! Mi religión es sustantiva y la salvación es histórica.

Cuando era niño una pregunta de examen me causó enojo, la maestra de segundo primaria preguntó: “¿Quién es la máxima autoridad del cristianismo?” Respondí que era Cristo. La saqué mala. Tenía que responder: “el papa”. Yo iba creciendo en tradición protestante y responder –como ya me lo había enseñado seño Norma- que el papa era la máxima autoridad del cristianismo me hacía sentir un poco traicionero de mi fe. Era una pregunta de estudios sociales, ni siquiera de un curso de religión Este burdo conflicto me sucedió en una escuela pública, no digo ya en una institución con orientaciones religiosas. Si todas estas puerilidades pasaban (y pasan aún) en una institución secular ¿imaginaos lo que sucede en instituciones educativas religiosas?

Un amigo que es pastor fue obligado a retirar a su hijo, es decir, lo expulsaron por estar discutiendo teorías evolucionistas en cierto colegió evangélico de mucho renombre. No me quedo callado: El Verbo. Pasan cosas muy similares en colegios católicos, adventistas, etc. Miren que vergueo.

Puedo además contar como en cierta oportunidad asistía a un oficio evangélico. Me causó extrañeza la forma en que una señora renunciaba al encargo que tenía de antemano de dirigir cierta fracción de la liturgia. Inquiriendo me enteré que la señora pasaba por la costumbre de las mujeres, para usar un lenguaje bíblico. Esto significaba que era impura y no debía oficiar. Era tradición por aquellos años que toda mujer que menstruaba informara a una persona de mayor jerarquía sobre su estado, esto la limitaba aun de participar en la comunión de la cena del señor. He escuchado de esta práctica hoy en las congregaciones más retrogradas.

Un maestro de historia de la Iglesia que tuve me contó como hasta hace poco las monjas usaban zapatos de hombre, esto es también común en muchas tradiciones protestantes, ¿por qué? Porque el pie de la mujer es concupiscente. A una amiga que fue monja le apretaban con una faja los pechos para que no se le vieran.

Podría compartir muchas más historias de lo que he observado en lo que respecta a la afectación de la religión institucionalizada en las personas, católicas o evangélicas, testigos de Jehová, mormones etc., pero no es mi afán principal en este momento.

La Iglesia como institución llega al nivel de positivar la vida intima de la personas, les quita su negatividad, es decir, su capacidad constante de revolucionar y revolucionarse. Es común que la jerarquía eclesiástica prefiera tener un rebaño de idénticos. ¡Prefiero que no haya jóvenes en mi congregación porque son un problema! Esto me lo dijo un viejo pastor. Las Iglesias también se convierten en fábricas de autómatas. Cuándo se les otorgan a los miembros ciertas reglas de vida y conducta –que además les resultan muy cómodas a los mismos feligreses que han entrado en un proceso de extrañamiento- éstos creen en estar actuando correctamente de acuerdo a cánones aceptados por colectivos más amplios. Objetivando de esta manera la vida de las personas resulta más fácil controlarlos. ¡Imaginaos la satisfacción que siente una joven que informa que esta menstruando a un diácono por ejemplo! Entre más extrañada tenga su vida íntima más correcto creerá estar actuando delante de los demás que se convierten finalmente en su dios.

Un ateo como Emilio Durkheim comprendía la importancia de la religión en sociedad, para él ésta era una matriz fundacional de toda sociedad. De acuerdo a su método (funcionalismo) ésta cumplía la función de cohesionar y estabilizar el orden social. Pero bien cierto es que la funcionalidad de cualquier institución no justifica su forma existente, es decir, no significa que la religión sea justa por el simple hecho de existir. Pues bien, en este caso, la religión cumple una función económica y política fundamental par la pervivencia del estado (estatus) en que se supone debe mantenerse la sociedad. Esto dictado como bien sabemos por la clase hegemónica.

La religión tal como la estamos entendiendo aquí es la institucionalizada por la jerarquía de la Iglesia. La Iglesia se convierte en un tipo de relaciones sociales de dominio y subyugación. Quién decide quienes si y quienes no son salvos, quiénes participan o no de ciertos sacramentos, quiénes están más cerca o lejos de la verdad, quién decide la forma en que los demás deben acercarse a lo santo, qué es sagrado y qué es profano, qué comida, qué bebida, qué vestido, qué palabras. ¡Qué vergueo!

De acuerdo a las reglas del método sociológico medimos la eficiencia de las instituciones sociales por su funcionalidad, es decir, por su creciente aporte a la “estabilidad social”. El desorden que cierta institución cause la convertirá en disfuncional. Una religión y una Iglesia liberadoras se convierten en este caso en un factor de desequilibrio y peligrosidad.

La supervivencia de las instituciones depende de la capacidad que tengan de adaptarse al cambio social. Pero sucede que en su afán propio y de poderosos intereses se convierten en un freno del cambio social. Esto último se da en mayor o menor medida de acuerdo al poder que alcanzan ciertas instituciones. En sus ansias de contribuir a una “estabilidad” basada en la asimetría socioeconómica -de la que se benefican- terminan afectando de una forma cada vez más negativa a sus miembros. Me parece que la Iglesia católica se está especializando en esto.

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