Copio textualmente este artículo publicado hoy en El Periódico de Guatemala por lo retador que se plantea.
Jorge López Sologaistoa* /elPeriódico
Aún cuando la homosexualidad no está legalmente prohibida en Guatemala, al no protegerse explícitamente, los derechos civiles de las personas “no heterosexuales”, en la práctica, experimentamos la penalización blanca, pues el ambiente es tan hostil que resulta muy difícil sobrevivir siendo gays, lesbianas o transgénero. Para nosotros solo hay dos posibilidades: la primera –quizá la más visitada– consiste en fingir heterosexualidad para conservar el respeto de nuestras familias originales y tener derecho a educación y trabajo. La segunda posibilidad –más peligrosa que la anterior, pero acorde a la realidad– es asumir la verdadera identidad sexual, a costa de la exclusión y la violencia.
¿Ha pensado usted alguna vez por qué las personas transgénero –en Guatemala– se dedican casi exclusivamente al trabajo sexual? Seguramente se torna complejo comprender que –por causa del rechazo familiar, la negación de la educación en las escuelas y la imposibilidad de ser contratadas en igualdad de condiciones (como es el derecho de todos)– hay personas que “eligen” el trabajo sexual como actividad económica de subsistencia, a pesar de los grandes riesgos que deben asumir. El sida es algo importante en este punto, porque muchos clientes pagan “un poquito más” si el servicio sexual les es prestado “sin protección”.
El Código Civil establece que el matrimonio solamente puede ser celebrado entre un hombre y una mujer. Esta situación deja descubiertas a todas las familias de la diversidad sexual, pues no se protege nuestro derecho a establecer patrimonio familiar ni a gozar de la seguridad social. Entre otras prerrogativas que nos son negadas, ni siquiera nos dejan reclamar nuestros muertos en las morgues: ¡hay que ser familiares para retirarlos!
Los prejuicios sociales y la corrupción gubernamental permiten que las comunidades de la diversidad sexual seamos perseguidas y violentadas –tal y como le ocurrió a mi asistente Paulina, quien siendo una persona transgénero fue impunemente ejecutada extrajudicialmente por cuatro agentes de la Policía Nacional Civil, en 2005–. Las leyes y las instituciones del Estado de Guatemala no protegen a nadie y los grupos sociales que estamos en mayor riesgo de ser vulnerados (comunidades de la diversidad sexual, pueblos indígenas, mujeres y personas en condiciones de pobreza, trabajo sexual y migración, entre otras), no somos la excepción.
Hace casi 15 años las comunidades de la diversidad sexual en Guatemala comenzamos a organizarnos para enfrentar la epidemia del sida. Pero el trabajo que hacemos resulta meramente paliativo, ya que la verdadera prevención ha de hacerse cambiando los contextos de vulnerabilidad que van más allá de las prácticas sexuales. En Guatemala contamos con estudios científicos que hemos realizado y que sustentan nuestro discurso: la epidemia de sida continúa siendo –entre nosotros– casi 40 veces más grande que en la población en general (en el área metropolitana de Guatemala 18.30 por ciento es el índice de prevalencia de VIH en hombres que tienen sexo con hombres; y 0.33 por ciento en embarazadas), pero no se toma medidas adecuadas para proteger nuestros derechos, ni para evitar la expansión de la epidemia hacia otras poblaciones –mujeres y niños–, lo que ya está ocurriendo.
Nosotros tenemos claro que el sida no es nuestro verdadero “problema” sino solo la evidencia de la discriminación que vivimos. Sin resolver el problema de la discriminación nos seguiremos muriendo de sida, nos continuarán matando en las calles y nos rechazarán por siempre en las escuelas; tampoco nos contratarán en las empresas y las iglesias irrespetuosamente continuarán husmeando entre nuestras sábanas.
(*) director ejecutivo de la Organización de Apoyo a una Sexualidad Integral frente al Sida (OASIS)
Jorge López Sologaistoa* /elPeriódico
Aún cuando la homosexualidad no está legalmente prohibida en Guatemala, al no protegerse explícitamente, los derechos civiles de las personas “no heterosexuales”, en la práctica, experimentamos la penalización blanca, pues el ambiente es tan hostil que resulta muy difícil sobrevivir siendo gays, lesbianas o transgénero. Para nosotros solo hay dos posibilidades: la primera –quizá la más visitada– consiste en fingir heterosexualidad para conservar el respeto de nuestras familias originales y tener derecho a educación y trabajo. La segunda posibilidad –más peligrosa que la anterior, pero acorde a la realidad– es asumir la verdadera identidad sexual, a costa de la exclusión y la violencia.
¿Ha pensado usted alguna vez por qué las personas transgénero –en Guatemala– se dedican casi exclusivamente al trabajo sexual? Seguramente se torna complejo comprender que –por causa del rechazo familiar, la negación de la educación en las escuelas y la imposibilidad de ser contratadas en igualdad de condiciones (como es el derecho de todos)– hay personas que “eligen” el trabajo sexual como actividad económica de subsistencia, a pesar de los grandes riesgos que deben asumir. El sida es algo importante en este punto, porque muchos clientes pagan “un poquito más” si el servicio sexual les es prestado “sin protección”.
El Código Civil establece que el matrimonio solamente puede ser celebrado entre un hombre y una mujer. Esta situación deja descubiertas a todas las familias de la diversidad sexual, pues no se protege nuestro derecho a establecer patrimonio familiar ni a gozar de la seguridad social. Entre otras prerrogativas que nos son negadas, ni siquiera nos dejan reclamar nuestros muertos en las morgues: ¡hay que ser familiares para retirarlos!
Los prejuicios sociales y la corrupción gubernamental permiten que las comunidades de la diversidad sexual seamos perseguidas y violentadas –tal y como le ocurrió a mi asistente Paulina, quien siendo una persona transgénero fue impunemente ejecutada extrajudicialmente por cuatro agentes de la Policía Nacional Civil, en 2005–. Las leyes y las instituciones del Estado de Guatemala no protegen a nadie y los grupos sociales que estamos en mayor riesgo de ser vulnerados (comunidades de la diversidad sexual, pueblos indígenas, mujeres y personas en condiciones de pobreza, trabajo sexual y migración, entre otras), no somos la excepción.
Hace casi 15 años las comunidades de la diversidad sexual en Guatemala comenzamos a organizarnos para enfrentar la epidemia del sida. Pero el trabajo que hacemos resulta meramente paliativo, ya que la verdadera prevención ha de hacerse cambiando los contextos de vulnerabilidad que van más allá de las prácticas sexuales. En Guatemala contamos con estudios científicos que hemos realizado y que sustentan nuestro discurso: la epidemia de sida continúa siendo –entre nosotros– casi 40 veces más grande que en la población en general (en el área metropolitana de Guatemala 18.30 por ciento es el índice de prevalencia de VIH en hombres que tienen sexo con hombres; y 0.33 por ciento en embarazadas), pero no se toma medidas adecuadas para proteger nuestros derechos, ni para evitar la expansión de la epidemia hacia otras poblaciones –mujeres y niños–, lo que ya está ocurriendo.
Nosotros tenemos claro que el sida no es nuestro verdadero “problema” sino solo la evidencia de la discriminación que vivimos. Sin resolver el problema de la discriminación nos seguiremos muriendo de sida, nos continuarán matando en las calles y nos rechazarán por siempre en las escuelas; tampoco nos contratarán en las empresas y las iglesias irrespetuosamente continuarán husmeando entre nuestras sábanas.
(*) director ejecutivo de la Organización de Apoyo a una Sexualidad Integral frente al Sida (OASIS)
1 comentario:
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